De la crisis a la felicidad

Dicen que en las circunstancias más extremas el ser humano desarrolla lo mejor de sí mismo, y es que justamente son esas historias las que me inspiran. Si me preguntan quién es el emprendedor que más admiro, les digo sin duda alguna que es mi tío Fernando Acero. No porque sea mi tío, sino porque es realmente un emprendedor innato, que ha sabido sacar el mejor provecho a las adversidades.

Hace veinte años afrontó una crisis financiera que lo llevó a empezar de cero, o en menos mil cuatrocientos millones de pesos, como él mismo dice. Estaba en la cima de su carrera con una gran empresa con la mejor tecnología en ese momento para el área de telecomunicaciones, pero la vida tiene un plan para cada uno, hoy día él agradece tener a su lado una gran compañera, su esposa, quien lo apoyó y lo impulsó para volver a empezar, por sus hijos y por él mismo, por la familia que son su motor para continuar día a día.

Es ingeniero de sistemas y como buen ingeniero, buen estratega, por lo tanto, la solución estaba en sus manos. Mi tío desde joven supo que su sangre es emprendedora y, como buen visionario, vio una oportunidad de negocio en una máquina que exhibían en una importante feria de tecnología en Las Vegas, aunque él tenía su empresa y todo marchaba divinamente decidió importar esa máquina, pues por diosidencias se le había presentado.

Una vez en Colombia, con la máquina termo formadora comenzó a hacer protectores para teclado. Primero lo tenían en su apartamento y era un negocio paralelo al que ya tenía, lo hacía los fines de semana con su esposa, sus hijos le ayudaban hasta que vieron que estaban perdiendo los fines de semana. El negocio siguió creciendo, pero su esposa se hizo cargo, hasta que vino la crisis y fue tan fuerte que se llevó este negocio también. La máquina estuvo guardada un buen tiempo hasta que él retomó el negocio.

Era el operador de máquina, el vendedor, el mensajero, “el todero”. Alquiló un cuarto en una casa para poner la máquina y trabajar ahí en las horas en que fuera necesario. Poco a poco fue creciendo, con persistencia y perseverancia hasta convertir en un sí los noes.

Equisis pasó de tener dos empleados a tener hoy día dieciocho, pasó de vender protectores para teclado de computador, a vender protectores para Hand Held, datafonos, entre otros; innovó con sus productos y actualmente también venden estuches para estos mismos. En la actualidad no vende únicamente en Bogotá, sino que exporta también a países como Estados Unidos, Inglaterra, Chile y Brasil. No contó con un ángel inversionista, ni con un mentor, ni mucho menos con una aceleradora que lo llevara a este crecimiento, todo fue por su cuenta y, por supuesto, también su esposa y sus hijos, sus pilares y sus principales consejeros.

De él siempre he aprendido a hacer las cosas con pasión y con amor, porque si bien pudo haberse empleado pese a que no le gusta, o pudo radicarse en otro país como le sugirieron en aquel entonces, él decidió afrontar las consecuencias de la crisis financiera. Demostrando que se puede volver a empezar cuantas veces sea necesario, los errores son aprendizajes y de eso no tiene la menor duda.

A sus sesenta y seis años sigue estando al frente de su empresa, él mismo hace las entregas a sus clientes y radica las facturas, le gusta estar pendiente que todo marche, si tiene que ayudar en la producción lo hace, si debe contestar el teléfono lo hace, eso no lo hace menos. Por el contrario, lo llena de satisfacción. Si bien sabe delegar funciones y sus conocimientos han sido tan bien impartidos y afortunadamente ha dado con buenos colaboradores que hoy día puede dedicarse también a su otra pasión, estar al servicio del país por medio de El Ejército Nacional.

Son muchos los consejos que he recibido de su parte, no son solamente las extensas charlas que hemos tenido y todo el apoyo que me ha dado sino también su ejemplo, las palabras inspiran, pero las acciones demuestran resultados. Puedo afirmar que al verlo junto a su familia y con todo el amor que hay entre ellos, con su empresa en crecimiento; creo ciegamente en el consejo que alguna vez me dio: “Saber agachar la cabeza y aprender a escuchar son la clave para la felicidad”.

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